Monday, October 19, 2009

hoy suicidé a un ratón.


Me levanté y encontré al hijo de Hans, estático, frente a la cocina.

Pensé que estaba pasmado, como cuando encontré a Hans con la misma actitud. (Hans es el ratón que "adoptamos" como mascota en mi apartamento.) Mi roommate decía que podríamos mantener a Hans como mascota siempre y cuando no empezara a reproducirse. Pero yo vi hace unos días al hijito de Hans andando por ahí, de debajo de la biblioteca corriendo a esconderse debajo de la nevera. No era un ratón muy inteligente. Los ratones saben que uno no sale cuando hay humanos. Uno simplemente no sale, para seguir con vida. Los humanos tienen que creer que uno no existe para que no lo maten a uno.

Pero el hijo de Hans no parecía tener eso claro. No era falta de experiencia en el arte de engañarnos sobre su existencia. Simplemente quería hacernos saber que existía. Tal vez estaba demasiado alegre de estar vivo como para escondérnoslo. Porque su vida era demasiado bella como para no compartirla.

Sea como fuere, hoy encontré al hijo de Hans, como pasmado, frente a la cocina. Pensé que lastimosamente había llegado la hora de sacarlo de la casa. No lo quería matar, pero tampoco quería sacarlo, porque pronto vendrá el invierno y sacarlo implicaría que iba a morir en todo caso. Pero el pobre ratón era demasiado torpe como para esconderse efectivamente. Me entristecí (y, lo reconozco, me dio asco tocarlo), pero tuve que atraparlo de alguna manera. Lo encerré en una jaula de plástico. Después, para que no escapara, la cubrí con una planta. Tomé fotos que llamo: "El triunfo de Flora sobre Fauna".

Después de varias horas me di cuenta de que el hijo de Hans no había cambiado en absoluto la posición en la que lo encontré. Moví la jaula de plástico hasta tocarlo y, cuando no reaccionó, supe que había muerto.

Creo que murió por la tristeza que le ocasionó que nosotros no nos alegráramos, como él, de su vida. "Si mi vida no es causa de alegría para los otros", debió reflexionar el hijo de Hans, "no vale la pena vivir". Y se mató por la tristeza. Otra 'razón' para morir era que su existencia le causaría la muerte a su padre, Hans, dado que mi roommate había aceptado mantener a Hans aquí con la condición de que no se reprodujera. Su vida, causa para él de tanta alegría que tenía que compartirla, sería causa de la muerte para su padre.

El hijo de Hans se suicidó de tristeza, a punta de tristeza. Yo lo suicidé porque convertí su alegría vital en tristeza de estar vivo. Le dije: "si quiere seguir vivo, no comparta su vida." Y con eso lo maté.

Cuando volví hoy por la noche, la jaula de plástico seguía al frente de la cocina, pero ahora estaba vacía. Ni rastro del hijo de Hans. ¿Será que resucitó? ¿O será que mi roommate echó a la basura su cadáver? No sé si preguntarle.

4 comments:

Jenny Melo said...

yo creo que murió asfixiado por la falta de aire en la jaula de plástico...

angelamengana said...

Y cómo anda Hans? volvió a comer?

aldemar said...

Nooooo Jenny! Pille que el man ya estaba muerto antes, porque cuando lo volví a encontrar estaba exactamente en la misma posición que antes de ponerle la jaula.

Adriana, no he vuelto a ver a Hans...

Pampero STNCL said...

Qué interesante (ironía).
Esto me hace recordar por qué no suelo leer blogs.