Thursday, March 19, 2009


Finalmente salimos como a las cuatro y media. Yo con el computador en las manos, Andrés con el micrófono. Grabamos los ruidos de Villa del Prado, de un supermercado y de la 170. Subimos el puente de transmilenio y grabamos el sonido de monedas golpeándose entre sí y contra un vasito de plástico agitado por un señor pidiendo plata. Entramos al sistema. Dentro del bus, el motor y la gente hablando. En la estación de la 127, los patrones de los golpes de los zapatos de las señoras contra las latas del piso.

Estoy recuperando algunos de los sentidos de ego;. Todo el tiempo incorporábamos elementos de nuestro alrededor que nos encontrábamos. Un acorde que salió cuando recosté los brazos sobre el teclado abre Del viento y el sol, y esa misma canción se cierra con un patrón de percusión que surgió al azar en el computador. Música concreta comienza con un mordisco a una manzana que yo me iba a comer y se nos ocurrió grabar, y el resto de la percusión de esa canción consiste en un golpe a la reja de la ventana de mi cuarto y en Andrés pasando las páginas de un libro. En el arreglo en vivo de La ciudad, la percusión es golpes a un globo desinflado que vaya uno a saber por qué estaba en mi cuarto ese día.

Yo quiero decir que todo eso es reflejo de un concepto. No sé si sabemos cuál concepto, pero hay uno por ahí que intentamos reflejar. Alguna vez dijimos que era una lucha política para devolverle el carácter musical a los sonidos cotidianos. Y eso seguro es parte. Pero creo que es algo más grande.

Para mí, era defender un derecho anarquista a la creación. Algo así como que uno no tiene que ser un instrumentista consumado, o tocar alguna cosa que se suela llamar 'instrumento musical', o darle a ese instrumento en vivo en lugar de darle 'play' a una máquina, o saber claramente qué es lo que está haciendo, o seguir patrón heredado alguno... en general, que uno no tiene que cumplir ninguna norma tradicional, o tener en cuenta autoridad alguna, para crear.